Hasta que se demuestre lo contrario

Cuando empezamos este blog y me puse a pensar temas sobre los que escribir, uno de los que me resultaban más llamativos era el papel de la mujer en el deporte. Como es algo que siempre me ha tocado muy de cerca quería hacerlo bien; pensarlo, reflexionar sobre ello, tratar de analizarlo en profundidad. Sin embargo, en las últimas semanas he tenido un conflicto relacionado con ello que me ha afectado bastante de manera personal, así que he pensado que quizá sea mejor dejar el post razonado para más adelante y empezar la casa por el tejado. Mi rabia y mi frustración al habla:

Hace algo más de un mes dos compañeros (chicos ambos) me comentaron que un día a la semana jugaban al fútbol con otros compañeros. Nada serio, pachangas. Les pregunté si podía jugar, y les resultó muy gracioso, pero no contestaron.

Unos días después volvió a salir el tema, y yo insistí, y recibí algo del tipo “qué dices, somos muy brutos”, y muchas sonrisas y bromas. Seguí insistiendo, pero nada.

Les conté que llevo toda mi vida haciendo deporte. Que aguanto, que soy fuerte. Que he jugado mil veces al baloncesto y al fútbol sólo con chicos. Que me encanta. Que de hecho casi siempre juego sólo con chicos. Nada, risas.

Vi cómo se quejaban una y otra vez por no tener suficiente gente para completar partido. Volví a decirlo, cada vez de forma menos educada, pero nada. Y cada vez menos sonrisas (al ver que yo no dejaba el tema) y más excusas. En primer lugar, el argumento físico: “no vas a aguantar porque se corre mucho”, “es que son gente muy fuerte y no puedes competir con ellos”. Ok, soy menos fuerte y más lenta que la mayoría de los chicos, de acuerdo. Podría aceptar ese argumento si sus partidos requiriesen cierta exigencia física, pero les he visto invitar a jugar a chicos igual físicamente, si no inferiores, que yo. Sin importarles si alguna vez en su vida han practicado algún deporte.

Y ante mis quejas, el segundo argumento. El paternalista.

  • No queremos hacerte daño”. Bien, yo a vosotros tampoco. Sigamos.
  • Es que somos muy brutos, de verdad que te vas a hacer daño”. ¿Por qué? Hasta donde yo sé mis huesos no son de cristal.
  • Pero que es por ti, en serio”. Basta. No, no lo es, es por ti. Es por ti porque yo no te he pedido que me cuides. Porque nadie te ha pedido que lo hagas y porque no lo necesito. Porque preocuparte por mí es escucharme y tratarme como al resto, darme la oportunidad de hacer lo que te estoy diciendo que quiero hacer (tiene narices que tenga que pedir permiso…). No seas hipócrita, no es por mí.

Y luego ya el festival.

  • No, si a mí no me importa que vengas, pero es que los otros no se van a comportar igual si juega una chica”. Ahhhhh claro.
  • Es que tenemos un grupo de whatsapp y no te podríamos meter, porque se mandan un montón de burradas machistas”. Venga, apaga y vámonos.

Tras un mes de discutir este tema cada vez con menos gracia, la semana pasada perdí los papeles y les dije todo lo que pensaba de ellos: que son unos machistas y unos retrógrados, que nunca me había encontrado nada así, que me estaban humillando. Que ni espero ni quiero que cuiden de mí. Que he sobrevivido 28 años sin ellos haciendo lo que me da la gana, y que puedo seguir haciéndolo. Que estoy harta.

Y como a nadie le gusta que le digan estas cosas, discutimos. Discutimos y por supuesto a la que más afectó fue a mí, que pasé una semana sintiéndome fatal y sin querer apenas verles ni hablar con ellos. Y sólo tras haber llegado a este punto, tras haber tenido que crear un conflicto real, tras darse cuenta de que me había dolido de verdad, consideraron cambiar de idea. Y no porque pensasen que yo tenía razón y que se habían equivocado, sino por no aguantarme. Lo hablaron y decidieron que “bueno, ven si quieres la semana que viene”.

Y fui. Y aún no sé bien por qué, porque en ese momento sólo quise mandarles a la mierda, porque no quiero poder ir sólo por haber montado todo ese numerito, porque no es justo que yo tenga que demostrar cosas para poder hacer lo que se le presupone al resto. Porque no pasó, pero qué si llego a caerme y a hacerme daño, o si me llega a pasar algo. Porque si les pasa a uno de ellos es normal, pero si me pasa a mí es un “ves, te lo dije”. Porque estoy muy harta de ir siempre a contracorriente en este tema, de que la gente espere de mí que dé dos pasos y me caiga sólo por ser chica. Porque da igual que te explique que llevo toda mi vida haciendo esto, mis genes femeninos son más poderosos y me convierten en una inútil hasta que se demuestre lo contrario. La verdad es que no sé por qué fui. Supongo que porque no me merecía no hacer lo que quería hacer.

Así que fui. Y no me caí, no me hice daño. No me tropecé conmigo misma, no fui torpe. Corrí tanto o más que ellos. Nadie se desconcentró porque una chica estuviese en el campo. No reventé el partido. Jugué bien y mi equipo ganó. Y aunque se lo había dicho mil veces, a todos les sorprendió mucho todo esto. Me alabaron muchas veces, lanzaron mil exclamaciones y me felicitaron. Durante y después del partido. Les demostré lo que fui allí a demostrar. Y sinceramente, eso también fue humillante. Y no debería serlo para mí, sino para ellos.

Deja un comentario