Cuotas

Trabajo en una universidad. Hoy ha venido un profesor finlandés a impartir una conferencia en el departamento al que pertenezco. Yo estaba en la audiencia -la charla ha sido muy buena, por cierto- y en un momento me he dado cuenta de que entre los pocos que se sentaban delante de mí no había ninguna mujer. Me he girado para contar con cuidado la proporción de mujeres en la sala. La cuenta ha sido bastante fácil: veintitrés hombres, ninguna mujer. Ahora decidme que la discriminación está superada.

Ah, y feliz ocho de marzo atrasado a todas (y un poco a todos los que ayudáis algo).

Lyceum Club Femenino de Madrid

El 4 de Noviembre de 1926 se inauguró el Lyceum Club Femenino de Madrid, siguiendo el camino marcado por el Lyceum londinense creado en 1904 por la escritora británica Constance Smedley-Armfield. Este club, fundado en plena dictadura de Primo de Rivera, está considerado la primera asociación feminista de nuestro país, y tenía como objetivo convertirse en un lugar de encuentro para las intelectuales españolas, donde poder compartir y mostrar su talento, establecer lazos tanto profesionales como personales, o llevar a debate la condición social y jurídica de la mujer.

Tres ideas íntimamente interrelacionadas entre sí centraban las respuestas a la pregunta sobre las causas que habían determinado el nacimiento del Lyceum: la oportunidad, es decir, la realidad histórica que imponía de manera inexorable un nuevo papel de la mujer en la sociedad española; la necesidad que buena parte de la sociedad femenina sentía de asumir ese papel y cobrar un protagonismo que hasta entonces se le había negado; y la búsqueda de un ámbito real de sociabilidad femenina, que encauzara los anhelos de esas mujeres que no querían resignarse al papel que la sociedad tradicional les había asignado. [1]>

En su inicio contó con 151 socias y seis secciones diferentes: social, música, artes plásticas e industriales, literatura, ciencias e internacional, y una séptima sección especial, la hispanoamericana. Su presidenta fue María de Maeztu, directora de la Residencia de Señoritas, y sus vicepresidentas la escritora y diplomática Isabel Oyarzábal y la abogada Victoria Kent. Amalia Galárraga fue nombrada tesorera, Zenobia Camprubí secretaria y Helen Phillips vicesecretaria. Un año después de su fundación el número de socias se había quintuplicado.

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Integrantes de la junta del Lyceum (entre ellas Clara Campoamor, Victoria Kent o María de Maeztu).

El criterio para pertenecer al club era puramente formativo, independiente de ideología política, condición civil, religión u orientación sexual. Para ser miembro, una mujer debía tener estudios superiores o haber realizado obras sociales o destacado en algún ámbito artístico o intelectual. Aunque no había limitación por condición social, en la práctica estos requerimientos restringían el acceso a mujeres de clase social alta. Los hombres podían permanecer en el salón de té y participar en las conferencias, pero no ser socios.

Por supuesto el Lyceum no fue bien acogido por toda la sociedad española, especialmente por parte de los intelectuales conservadores y de la iglesia (pero no sólo, el propio Rafael Alberti se burló del club mientras daba una conferencia allí). Se lo consideraba como un «casino femenino» y sus socias fueron acusadas de «criminales», «liceómanas«, «excéntricas» y «desequilibradas»[2]. Pese a los constantes intentos para desprestigiarlo, el club se convirtió en lugar de gran importancia en la agenda cultural española. En él se organizaban cursos, conferencias, conciertos y exposiciones. García Lorca dio en sus salones la conferencia “Imaginación, inspiración y evasión en poesía”, y Unamuno leyó allí su drama «Raquel encadenada», al igual que muchos más intelectuales de la época. Carmen Baroja cuenta en sus memorias que «Todos se pirraban por el Lyceum. No hubo intelectual, médico o artista que no diera una conferencia; menos Benavente, que dijo que no quería hablar a tontas y a locas».

El club sirvió como lugar de inspiración para escritoras como Ernestina de Champourcín, Concha Méndez o Elena Fortún, y entre sus socias se encontraban intelectuales de la talla de María Teresa León y Clara Campoamor.

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Su actividad no se restringió al ámbito cultural. La sección social emprendió una campaña en 1927 para sustituir el artículo 57 del Código Civil: «El marido debe proteger a la mujer y ésta obedecer al marido» por «El marido y la mujer se deben protección y consideraciones mutuas», y cuestionó el 438 «El marido que sorprendiendo en adulterio a su mujer matase en el acto a ésta o al adúltero, o les causara lesiones graves, será castigado con la pena de destierro». De la mano de Clara Campoamor, también la lucha por el sufragio femenino fue de gran importancia. De la misma forma, con la llegada de la República muchas de sus integrantes dieron el salto a la política, ocupando cargos de importancia en el nuevo gobierno, como fue el caso de Victoria Kent, Isabel Oyarzábal o María Lejárraga.

Con el fin de la Guerra Civil el Lyceum fue desmantelado y pasó a formar parte de la falangista Sección Femenina, convirtiéndose en lo contrario de lo que había sido, y siendo condenado al descrédito y al olvido. Yo me encontré con la existencia del Lyceum Club Femenino por casualidad, mientras leía «Las Sinsombrero» de Tània Balló[5] (lectura que, más que recomendada, me parece necesaria), y me pareció increíble no saber nada de él, con la importancia que pienso que debió de tener. Con motivo de su 90 aniversario, el ayuntamiento de Madrid colocó una placa conmemorativa en la Casa de las Siete Chimeneas, que fue su sede. Como pienso que cualquier intento por recuperar la memoria de esta institución y de estas mujeres es bienvenido, este ha sido mi pequeño homenaje.

 

[1] Juan Aguilera Sastre: «Las fundadoras del Lyceum Club Femenino español», Brocar, 35 (2011); pp. 65-90.

[2]  Shirley Mangini: «El Lyceum Club de Madrid, un refugio feminista en una capital hostil», Revista Asparkia número 17 (2006); pp. 125-140.

[3] Bibliotropismos: «La mujer en España II. Lyceum Club Femenino.»

[4] https://lyceumclubfemenino.com

[5] Tània Balló: «Las sinsombrero. Sin ellas, la historia no está completa.» Espasa Narrativa.

Están ustedes ebrias, ¿verdad?

El sábado por la noche un hombre nos agredió a una amiga y a mí. Decidió que era una gran idea venir a por nosotras diciendo obscenidades y masturbándose. No nos pasó nada, nos defendimos y se fue. Estamos bien. Diría que ni siquiera llegamos a sentir miedo.

Y ahora la ronda de respuestas que ya estoy harta de repetir: eran aproximadamente las 5 de la mañana, estábamos solamente ella y yo, sentadas, hablando. Habíamos bebido pero no estábamos borrachas y el tío probablemente estaba hasta arriba de algo. No sé si la agresión habría ido a más, no me paré a preguntarle. Mi amiga es muy guapa y yo llevaba un vestido, que quizás sea importante también.

Hace un par de días de esto y el enfado por el episodio en sí ha dado paso a la rabia y la decepción por la reacción de la mayoría de la gente. Justamente esta semana había leído varios artículos relacionados con el descrédito y la culpabilización que se les hace sistemática e inconscientemente (o no) a las víctimas de agresiones sexuales y, como si de un ejemplo ilustrativo se tratase, las he visto todas.

Vino directo hacia nosotras, masturbándose, y según llegó mi amiga le dio una patada que le hizo trastabillar, momento que ambas aprovechamos para golpearle y tratar de tirarle al suelo. Empezamos a gritar y a amenazar con llamar a la policía y en determinado momento consiguió recomponerse y se fue. Fue todo muy rápido. Casualidades de la vida, estábamos justo en la puerta de un hotel, con lo que todo esto quedó grabado en las cámaras de seguridad. Cuando el tío se levantó, fuimos corriendo a la puerta del hotel para entrar y llamar desde allí a la policía. No nos dejaron. Los recepcionistas, que lo habían visto todo, no nos abrieron la puerta. Pero desde dentro nos tranquilizaron diciendo que ellos llamaban a la policía. Uno de ellos se quedó parapetado tras la puerta, que era de cristal, y yo, frente a él y sin poder creérmelo, le pregunté si de verdad no nos iba a dejar entrar habiendo visto cómo un tío nos había atacado, que si era consciente de lo lamentable que era lo que estaba haciendo. No me contestó.

Un rato después, quizá 5 minutos, quizá 20, no lo sé, se abrió la puerta del hotel y salió uno de los recepcionistas a pedirnos perdón por lo que había pasado, muy educado. Yo, muy educada también, le pregunté si no se estaba muriendo de la vergüenza en ese momento, si estaba orgulloso, si era consciente de lo cobarde que era. Me dijo que eran las normas del hotel, que las cámaras tenían puntos ciegos y no podían estar seguros de si se había ido del todo. Le dije que, en caso de no haberse ido, era justamente cuando necesitábamos que abriese la puerta. Que se trataba de humanidad, no de las normas de un hotel. No dijo nada. Le pregunté qué le parecería que alguien le atacase con un arma, consiguiese un poco de ventaja y corriese a refugiarse, y le cerrasen la puerta, observándole mientras al otro lado del cristal. Me dijo que lo sentía mucho. Le dije que me daba igual.

También me dijo que no me preocupase, que no había pasado nada grave, que tuviese en cuenta que seguramente el hombre tenía algún tipo de enfermedad mental. Que seguro que no quería hacernos nada más. Que estábamos bien las dos y que ya habían llamado a carabineros.

Asunto zanjado.

No sé cuánto rato después llegó el furgón de carabineros. Se bajaron dos, vinieron hacia nosotras y, según estaba yo relatando lo que había pasado, uno de ellos me paró con un gesto, nos miró de arriba abajo y preguntó: «están ustedes ebrias, ¿verdad?«.

Me quedé en shock. Había tanta prepotencia, tanta condescendencia, y tanto desprecio en esa pregunta que no fui capaz de contestar. Me dijo que me identificase inmediatamente. Yo seguía bastante paralizada, y por unos segundos pensé que ese hombre había confundido la llamada y pensaba que yo era la delincuente de cualquier otra cosa. Según abrí la boca para intentar explicarle el error, me di cuenta de lo ridícula que era. Y entonces le pregunté si era consciente de que había acudido a una llamada por un intento de agresión sexual y lo primero que había hecho era preguntarnos si estábamos borrachas. Que si se daba cuenta de que no nos había preguntado aún si estábamos bien. Se enfadó y fue peor.

Me pidió que diese una descripción del agresor. Le dije que no sabía, que era un tipo normal, como él. Me dijo que si me creía que con eso iban a poder hacer algo. Le dije que suponía que no, pero que no se preocupase porque las cámaras del hotel lo tenían todo grabado. No pareció importarle, y volvió a preguntarme si estábamos ebrias. Tras varias insinuaciones más de que no estábamos en pleno uso de nuestras facultades y seguramente lo estábamos inventando o exagerando, conseguimos (ojo, conseguimos) que entrase a ver las grabaciones. Mi amiga entró con él. Mientras tanto, el otro policía me pedía perdón por la conducta de su compañero. Le hice hincapié en la gravedad del trato que nos estaba dando. Me dijo que él no podía responsabilizarse de la actitud de su compañero. Le dije que no me importaba, que nosotras les habíamos llamado para que nos protegiesen y de momento no habían hecho más que insultarnos. Que tratase de entender lo humillante que era.

Cuando salieron de ver las grabaciones le pregunté al primer policía que qué tenía que hacer ahora, y me dijo que como mucho denunciar, pero que esencialmente no iba a valer para nada, que con lo que tenían poco iban a poder hacer. Le pregunté que cuántas veces tenían grabaciones del agresor cuando pasaba algo así, que si es que era poco. Me dijo que ese hombre ya debía de estar en su casa y que me dejase de tonterías, que no nos había hecho nada. Denuncié igualmente.

He empezado este post usando intencionadamente el verbo agredir, porque lo que nos pasó fue una agresión, en contra de lo que la mayoría de la gente parece pensar. No nos violó, no nos hizo daño, no nos pasó nada, pero eso no hace que el incidente no sea grave ni que deje de ser una agresión. Un tío viene a por nosotras masturbándose y diciéndonos mierdas, por supuesto que lo es. Y hago hincapié porque, tras contar la historia buscando el apoyo de la gente cercana, la segunda reacción mayoritaria es “bueno no es tan grave, no os hizo nada, era un perturbado sin más”. Claro que podía haber sido mucho peor, pero eso no le quita ni un ápice de importancia. Mientras sigamos relativizando y difuminando la gravedad de estos sucesos es imposible que acabemos con ellos.

Y he dicho que esta fue la segunda reacción mayoritaria porque la primera, ganando por goleada, fue el clásico “¿estabais solas?”. Estábamos mi amiga y yo, dos personas. Empiezo a estar confusa con el significado de la palabra sola. Veinte chicas en la calle están solas, ¿no? Quizás la RAE debería aclarar que sólo se deja de estar sola si hay un hombre contigo, para que no nos engañemos más y nos pensemos que nosotras somos compañía. Y bueno, vuelvo a este punto porque es el más vergonzoso de todos. Estábamos las dos, ¿y qué? La sola pregunta esconde una culpabilización tal que me da asco. ¿Qué pasa, que me lo merezco? ¿Que me lo estaba buscando? Pues NO, la culpa es 100% del agresor, ni un 0.000001% nuestra, y es lamentable que pase algo así y lo primero que tengamos que hacer es defendernos y aguantar la regañina de turno. Es transmitirle a la víctima la sensación de que ella ha hecho algo mal, es avergonzarla, es restarle culpa al agresor. Es desanimarla a contarlo y denunciarlo. Como si está borrachísima, tirada sola en una calle sin luz, a las 5 de la mañana. No tiene absolutamente ninguna responsabilidad en caso de agresión. Esta es única y exclusivamente del agresor. Quizás si pusiésemos más empeño en educar a los hombres en lo que no se debe hacer en lugar de en decirles a las mujeres lo que es mejor que eviten el mundo sería un lugar mucho mejor.

Ya para terminar, sólo quiero comentar que si alguien planeaba dejar su conciencia tranquila pensando que estoy donde estoy y esto en España no pasa, me gustaría recordar, sólo por citar algún ejemplo, el caso de la jueza que le preguntó a una víctima de violación si cerró bien las piernas para evitarla, el del tertuliano de TVE que le pregunta a un abogado si tan violentas fueron las agresiones sexuales en San Fermín, y que si la víctima no quería nada por qué se va con ellos,

o los comentarios escritos por los lectores de El País tras la publicación de una foto de la chica desaparecida en Galicia.

Quizás deberíamos reflexionar todos un poco.

Hasta que se demuestre lo contrario

Cuando empezamos este blog y me puse a pensar temas sobre los que escribir, uno de los que me resultaban más llamativos era el papel de la mujer en el deporte. Como es algo que siempre me ha tocado muy de cerca quería hacerlo bien; pensarlo, reflexionar sobre ello, tratar de analizarlo en profundidad. Sin embargo, en las últimas semanas he tenido un conflicto relacionado con ello que me ha afectado bastante de manera personal, así que he pensado que quizá sea mejor dejar el post razonado para más adelante y empezar la casa por el tejado. Mi rabia y mi frustración al habla:

Hace algo más de un mes dos compañeros (chicos ambos) me comentaron que un día a la semana jugaban al fútbol con otros compañeros. Nada serio, pachangas. Les pregunté si podía jugar, y les resultó muy gracioso, pero no contestaron.

Unos días después volvió a salir el tema, y yo insistí, y recibí algo del tipo “qué dices, somos muy brutos”, y muchas sonrisas y bromas. Seguí insistiendo, pero nada.

Les conté que llevo toda mi vida haciendo deporte. Que aguanto, que soy fuerte. Que he jugado mil veces al baloncesto y al fútbol sólo con chicos. Que me encanta. Que de hecho casi siempre juego sólo con chicos. Nada, risas.

Vi cómo se quejaban una y otra vez por no tener suficiente gente para completar partido. Volví a decirlo, cada vez de forma menos educada, pero nada. Y cada vez menos sonrisas (al ver que yo no dejaba el tema) y más excusas. En primer lugar, el argumento físico: “no vas a aguantar porque se corre mucho”, “es que son gente muy fuerte y no puedes competir con ellos”. Ok, soy menos fuerte y más lenta que la mayoría de los chicos, de acuerdo. Podría aceptar ese argumento si sus partidos requiriesen cierta exigencia física, pero les he visto invitar a jugar a chicos igual físicamente, si no inferiores, que yo. Sin importarles si alguna vez en su vida han practicado algún deporte.

Y ante mis quejas, el segundo argumento. El paternalista.

  • No queremos hacerte daño”. Bien, yo a vosotros tampoco. Sigamos.
  • Es que somos muy brutos, de verdad que te vas a hacer daño”. ¿Por qué? Hasta donde yo sé mis huesos no son de cristal.
  • Pero que es por ti, en serio”. Basta. No, no lo es, es por ti. Es por ti porque yo no te he pedido que me cuides. Porque nadie te ha pedido que lo hagas y porque no lo necesito. Porque preocuparte por mí es escucharme y tratarme como al resto, darme la oportunidad de hacer lo que te estoy diciendo que quiero hacer (tiene narices que tenga que pedir permiso…). No seas hipócrita, no es por mí.

Y luego ya el festival.

  • No, si a mí no me importa que vengas, pero es que los otros no se van a comportar igual si juega una chica”. Ahhhhh claro.
  • Es que tenemos un grupo de whatsapp y no te podríamos meter, porque se mandan un montón de burradas machistas”. Venga, apaga y vámonos.

Tras un mes de discutir este tema cada vez con menos gracia, la semana pasada perdí los papeles y les dije todo lo que pensaba de ellos: que son unos machistas y unos retrógrados, que nunca me había encontrado nada así, que me estaban humillando. Que ni espero ni quiero que cuiden de mí. Que he sobrevivido 28 años sin ellos haciendo lo que me da la gana, y que puedo seguir haciéndolo. Que estoy harta.

Y como a nadie le gusta que le digan estas cosas, discutimos. Discutimos y por supuesto a la que más afectó fue a mí, que pasé una semana sintiéndome fatal y sin querer apenas verles ni hablar con ellos. Y sólo tras haber llegado a este punto, tras haber tenido que crear un conflicto real, tras darse cuenta de que me había dolido de verdad, consideraron cambiar de idea. Y no porque pensasen que yo tenía razón y que se habían equivocado, sino por no aguantarme. Lo hablaron y decidieron que “bueno, ven si quieres la semana que viene”.

Y fui. Y aún no sé bien por qué, porque en ese momento sólo quise mandarles a la mierda, porque no quiero poder ir sólo por haber montado todo ese numerito, porque no es justo que yo tenga que demostrar cosas para poder hacer lo que se le presupone al resto. Porque no pasó, pero qué si llego a caerme y a hacerme daño, o si me llega a pasar algo. Porque si les pasa a uno de ellos es normal, pero si me pasa a mí es un “ves, te lo dije”. Porque estoy muy harta de ir siempre a contracorriente en este tema, de que la gente espere de mí que dé dos pasos y me caiga sólo por ser chica. Porque da igual que te explique que llevo toda mi vida haciendo esto, mis genes femeninos son más poderosos y me convierten en una inútil hasta que se demuestre lo contrario. La verdad es que no sé por qué fui. Supongo que porque no me merecía no hacer lo que quería hacer.

Así que fui. Y no me caí, no me hice daño. No me tropecé conmigo misma, no fui torpe. Corrí tanto o más que ellos. Nadie se desconcentró porque una chica estuviese en el campo. No reventé el partido. Jugué bien y mi equipo ganó. Y aunque se lo había dicho mil veces, a todos les sorprendió mucho todo esto. Me alabaron muchas veces, lanzaron mil exclamaciones y me felicitaron. Durante y después del partido. Les demostré lo que fui allí a demostrar. Y sinceramente, eso también fue humillante. Y no debería serlo para mí, sino para ellos.

Representación poco fiel: el test de Bechdel

Alison Bechdel es una viñetista lesbiana que en 1985 escribió esta historieta. En ella, dos mujeres charlan sobre si desean ir al cine, y una de ellas explica que solo ve películas que cumplen tres sencillas reglas:

  1. En la película tienen que aparecer al menos dos mujeres (o niñas; el caso es que sean personajes femeninos).
  2. Ambas deben hablar entre sí.
  3. El tema de conversación no puede ser un hombre. Vale cualquier otro tema, como por ejemplo, una discusión sobre cómo es mejor poner la lavadora.

La historieta termina con la autora de las reglas explicando que la última peli que ha podido ver es «Alien». Aunque el objetivo original de Bechdel en su historieta se enmarca dentro de su esfuerzo por mostrar la invisibilidad de los personajes femeninos homosexuales en la cultura popular, la viñeta ha dado lugar a una medida de la infrarrepresentación de los personajes femeninos en los guiones de cine. Vamos a jugar a un juego: decimos que una película pasa el test de Bechdel si cumple las tres reglas enunciadas más arriba. Ahora: ¿qué porcentaje de las películas que se hacen pasa el test? ¿qué porcentaje de las películas que se hacen pasa el test aplicado a personajes de género masculino? Yo me la juego a contestar la segunda sin pensar: más del 99%.

Para contestar a la pregunta he decidido usar los datos que han recopilado aquí. El resultado es espectacular: menos del sesenta por ciento de las películas pasa el test. Eso significa que en dos de cada cinco películas, o bien no aparecen dos mujeres, o bien no interactúan, o bien solo interactúan para hablar de un hombre. Nótese a modo de ejemplo que la séptima entrega de la serie Fast and Furious es una de las películas que sí pasa el test, a pesar de ser una película que casi solo tiene personajes masculinos. De hecho, se puede extraer más información relativa al test de Bechdel, como han hecho aquí. Algunos de los datos son curiosidades que confirman nuestra intuición, como que el musical es el género en el que el test es superado más frecuentemente, y el western en el que menos. También sabemos que Almodovar siempre pasa el test, mientras que Buster Keaton nunca, y Scorsese casi nunca. Otros datos de los gráficos nos dan pistas concretas sobre algunas de las causas de este desequilibrio. Resulta que si el productor ejecutivo de la película es una mujer en vez de un hombre, la probabilidad de superar el test aumenta sensiblemente. Si hablamos de películas cuyos guiones son escritos por mujeres,  el porcentaje de películas que no pasan el test es en torno a un tercio de aquellas cuyos guiones firma un hombre. El factor tres se transforma en un factor cuatro si consideramos el puesto de director en lugar del de guionista.

Por último, un dato preocupante que desmiente el habitual lugar común de que es cuestión de tiempo que la infrarrepresentación de las mujeres en muchos ámbitos desaparezca. Aunque el porcentaje de películas que no pasan el test de Bechdel va bajando con los años, está estabilizado a día de hoy alrededor del 35%. Es una barbaridad, se mire como se mire; y confirma que en la cultura popular el problema sigue estando lejísimos de resolverse, por muy elitista que sea el entorno.

 

 

Sé un hombre

Hace aproximadamente un mes varias militantes de las CUP denunciaron, por medio de una rueda de prensa, los insultos machistas de los que estaban siendo víctimas por parte de cierto sector político y social. En un momento en el que su visibilidad e importancia mediática estaba en aumento, estas mujeres denunciaron que, lejos de ser criticadas por sus ideas o propuestas, la forma en que se intenta desacreditar su labor es a través de insultos tan pertinentes como vieja, gorda, puta, traidora o malfollada, entre otros.

Más allá de los insultos en particular, cuya gravedad es evidente, lo que me llama la atención es lo que subyace detrás del hecho habitual (sí, habitual lamentablemente) de usar este tipo de acciones para desacreditar el papel de una mujer en un escenario político concreto. ¿Por qué la sociedad trata de censurarlas a través del físico en lugar de a través de su labor profesional? ¿Es que su actuación es intachable y esta es la única forma de atacarlas, o es más bien que además de diputadas, alcaldesas, militantes o activistas, lo que en realidad son es mujeres, y como tal la sociedad está en su derecho a observarlas antes que escucharlas, a juzgarlas por su aspecto sin importar el potencial político que posean?

Un hombre parte con el respeto de los medios, y lo perderá o no dependiendo de sus acciones o sus declaraciones, y será alabado o criticado por ellas. Una mujer no. Una mujer que intenta hacerse un hueco en política lo primero que será es guapa o fea, joven o vieja, gorda o delgada. Su aspecto físico será analizado y juzgado, a veces de manera evidente (como en el caso de las militantes de las CUP) pero otras de forma mucho más sutil, que en mi opinión es incluso peor. En esa línea quiero resaltar el daño que hacen muchos medios con comentarios aparentemente inofensivos. En uno de sus primeros plenos, a Rita Maestre, portavoz de Ahora Madrid, se le vio la tira del sujetador, detalle que pareció de la suficiente importancia como para saltar a los medios. No era un insulto, simplemente un comentario. De lo que dijo sobre el IBI nadie se acuerda, pero el sujetador era rojo, eso sí.

Otro ejemplo: la líder de Ciudadanos en Cataluña, Inés Arrimadas, denunciando el trato desigual que El Periódico de Cataluña dio a ciertas intervenciones en el debate de investidura.

Cada foto acompañada de un pie informativo. En el caso de los hombres, sobre su intervención. En el de las mujeres, sobre su ropa.

Y de nuevo insisto en el peligro de los casos de estos dos ejemplos. Porque lo importante no es lo que dicen, sino lo que no dicen: las declaraciones que hicieron, cómo defendieron su posición política, cómo respondieron a las preguntas que intentaron ponerlas contra las cuerdas. Y si un periódico que se supone que quiere informar cuenta lo que dicen ellos pero no lo que dicen ellas, será porque lo de ellos es importante, y lo de ellas no. Y si lo que dice una política no es importante y no trasciende, pues su papel deja de tener sentido y ya no sorprende tanto que el comentario mayoritario de la sociedad  sea lo vieja y gorda que es. O mejor aún, lo buena que está. Que parece que no es una crítica (¡si es un piropo!), pero siempre oculta el «estás ahí porque eres guapa» (porque de nuevo, si tiene más repercusión tu cara que lo que dices, por algo será). ¿De verdad es necesario emitir estas opiniones continuamente? Debo decir que en este punto los políticos hombres no se libran, siendo frecuentes comentarios como lo guapo que es Albert Rivera o lo bien dotado que está Pedro Sánchez. Sin embargo, en mi opinión el matiz está en que en el caso masculino estos suelen ser alabanzas (no es habitual desacreditar a un político por gordo o calvo) y el mensaje que llevan implícito no es el de «está ahí por su físico» sino el de «mira, además de listo, guapo«.

Pero entonces, si ser fea es malo y ser guapa es peor, si lo que dices no se va a escuchar, si tu ropa va a ser analizada cada vez, ¿cómo hacen algunas mujeres (porque casos hay) para ganarse el respeto de la clase política y de los medios? Pues bueno, o teniendo un expediente político y social previo tan impresionante que eclipse los intentos de desacreditación machista (que siguen estando ahí), como sería el caso de Ada Colau o Manuela Carmena, o forjándose una determinada imagen, que no parece casual. Aguirre, Cospedal, Díaz, Sáez de Santamaría (Merkel si nos salimos de nuestras fronteras)… Todas ellas visten, se maquillan y se peinan de forma sobria. Son respetadas porque inspiran cierto miedo, porque son más serias, más fuertes, más contundentes que sus competidores. Porque son tan masculinas como ellos. Vamos, que todo apunta a que si una mujer quiere hacerse un hueco en política, lo primero que tiene que hacer es parecerse a un hombre. Y luego ya se verá.

En entornos más educados no hay machismo

Cuando, en los más diversos entornos, he mantenido discusiones sobre las causas del machismo y sobre medidas que podríamos adoptar para erradicarlo o mitigarlo, un tema recurrente es decir que «es un problema de educación» que solamente se puede aspirar a resolver «en las próximas generaciones». Una posible interpretación de esta creencia más o menos generalizada implicaría que entornos más educados tenderían a ser más -o casi totalmente- igualitarios. Así, una universidad debería ser un lugar de trabajo más igualitario que, digamos, una granja, una fábrica o una oficina cualquiera: un lugar en el que los ascensos no distinguirían entre hombres y mujeres y en el que ser madre o padre no condicionaría una carrera profesional prometedora.

Sin embargo, el objetivo de esta entrada es demostrar la falsedad de su título (que ha sido convenientemente exagerado para ponerme las cosas más fáciles). La evidencia que vamos a aportar es un completísimo estudio que realizó el Programa Universitario de Estudios de Género de la UNAM, la Universidad Nacional Autónoma de México, que se puede encontrar aquí. Intentando no extendernos mucho, que para eso ya está el propio informe, vamos a arrojar desordenadamente algunos datos:

  • La brecha salarial en la categoría «investigador» es del 17% (página 26).
  • Las mujeres tienen puestos menos estables (página 21), tardan MUCHO más en ascender (página 20), ocupan menos puestos de responsabilidad (página 27). Es revelador comparar esto con la proporción de hombres (80%) y mujeres (55%) que consideran que su trabajo ha sido evaluado siempre de manera justa (página 35).
  • La proporción de mujeres trabajando en el centro está disminuyendo, desde un pico del 28% en los años 80 del siglo pasado hasta algo por debajo del 16% (página 23). El propio estudio explica que la causa no es falta de tituladas, desde luego.
  • Hay menos mujeres que son madres que hombres que son padres, y la diferencia es de más del 10% (página 28). A mi juicio, este punto por sí solo merecería una discusión aparte.
  • Todas las investigadoras contestaron a las preguntas de la encuesta. Al 37% de los varones no les dio la gana, o no contestaron por otras razones (página 18). De los varones que contestaron, apenas un 40% considera que son necesarias medidas de fomento de la igualdad de oportunidades en la UNAM, frente al 84% de las mujeres (página 39).
  • Los datos anteriores se refieren a un instituto de investigación en matemáticas, una de las disciplinas más objetivas y en las que es más fácil, a priori, conseguir evaluar con precisión los méritos de cada cual para premiar a los mejores y castigar a los peores.

Una posible conclusión: la frase «el machismo solo se puede corregir con educación» puede ser cierta. No lo es, en todo caso, la interpretación arriba descrita que -oh, sorpresa- solemos hacer los universitarios. Pero, si es así, está claro que no se trata de elevar el nivel educativo en general, sino de educar(nos) específicamente en igualdad de género, en ser conscientes de dónde están las desigualdades y en saber que no se corrigen solas por muchos títulos de doctor que consigamos.

Cuestión de espacio (y otros síndromes derivados)

Según Wikipedia, el término manspreading hace referencia a la práctica de sentarse en lugares públicos, con la piernas abiertas, ocupando más de un asiento. Más concretamente, se refiere a la actitud de algunos hombres que, cuando viajan en transporte público, se sientan de forma que invaden los asientos contiguos o de enfrente. Aunque el problema es de sobra visto y conocido por cualquiera que viaje en tren o en metro, el término manspreading comenzó a usarse como tal hace relativamente poco a través de las redes sociales, que fueron usadas como primer método de queja y denuncia, en países como Canadá o Estados Unidos.

manspreading2

De hecho, la foto anterior forma parte de una campaña anti manspreading llevada a cabo en el metro de Nueva York (basta buscar «NY subway manspreading «en Google para encontrar un montón de artículos sobre el tema, como por ejemplo este del New York Times) en 2014.

¿Qué por qué cuento esto? Pues porque bueno, aunque creo que en España aún no es un tema muy conocido (mucha gente me ha dicho que ni sabía que tenía nombre), sí se está empezando a denunciar por medio de Twitter, donde a través de hashtags como #manspread o #manspreading la gente cuelga fotos en las que se ve a un sujeto culpable de este tipo de agresión. En concreto, el día 23 de Diciembre yo tuiteé esto:

Por si había dudas, la del pantalón negro soy yo, y el otro un hombre que decidió no moverse en la casi media hora que duró el viaje. Aunque en la foto no se aprecia, va recostado en el asiento, lo que hace que invada mi espacio completamente. Yo mostré mi malestar de forma muy evidente a ver si se sentaba bien, pero lo único que conseguí fue que me sostuviese la mirada durante unos segundos y que no moviese ni un sólo músculo de su cuerpo. Así que decidí sacar la foto y tuitearla. En ella mencioné a micromachismos, el blog de eldiario.es dedicado a denunciar este tipo de cosas. Al día siguiente me retuitearon e inmediatamente empecé a recibir menciones y retuits de apoyo de gente desconocida (y bastante graciosa, por cierto).

Pero claro, también críticas. Primer tipo:

Crítica justificada porque evidentemente es lo mismo dejar un bolso en un asiento vacío que obligarme a ir todo un viaje encajonada entre tus piernas. Lo mismo.

Segundo tipo: la foto. He hecho una foto sin permiso (en la que no se reconocería ni el aludido) y eso es igual de grave, o más.

Y entonces comienza el festival (leer de abajo arriba). Él solito, sin ayuda.

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No molesta a nadie, es evidente. Además no hay espacio (pese a que en otro tuit le digo que el hombre está recostado), así que obligatoriamente uno de los dos se tiene que joder. Y claro, él tiene pene y testículos y yo no. Fin de la discusión. La línea argumental es clara, la conclusión obvia. ¿Machismo? No por dios, sentido común.

Y ya para terminar, y para dejar claro que este tipo de personas no respeta nada ni a nadie…

Habrá quien piense que el manspreading también perjudica a los hombres, y estoy de acuerdo, pero también en que los casos más flagrantes, más abusivos, van siempre dirigidos hacia mujeres. En los más sencillos (a veces inconscientes) supone incomodidad. En los más graves, asusta y es humillante. Y por eso hay que ser consciente de lo que es. Y porque si la respuesta a una crítica es que no tienes pene (si eres mujer) o no suficiente (si eres hombre) estamos ante un caso claro de machismo. Y quien piense que este chico es un caso aislado, que busque en Twitter y me cuente. Que, lamentablemente, este es el nivel.

Volviendo a casa

Alguien, no recuerdo quién, dijo que el patriarcado es un sistema de dominación que perjudica a todas las mujeres todo el tiempo y a algunos hombres parte del tiempo. Por supuesto, es difícil ser preciso con tan pocas palabras, pero no me parece una mala aproximación. En cualquier caso, voy a contar hoy una cosa que me pasó el otro día y que creo que es un ejemplo de cómo una concepción machista puede perjudicar a un hombre:

Salimos a cenar unas cuantas personas del trabajo y yo me volví a casa antes que las demás. La razón por la que regresé antes de tiempo es que estaba enfermo. Como ya no estaba abierto el metro, cogí un autobús nocturno hacia mi casa. El autobús estaba muy lleno y no me pude sentar al principio. Sin embargo, en la primera parada se quedó libre uno de los asientos de ventanilla que estaban cerca de mí, y nadie que estuviera más cerca que yo se sentó. En ese momento, y dado que yo me encontraba francamente mal, mi compañera me ofreció que ocupara yo el asiento, y así lo hice. Inmediatamente me di cuenta de que algo iba mal y me pasé el resto del viaje mirando insistentemente por la ventanilla para evitar el contacto visual con nadie. Suponía que me estarían mirando mal. Cuando por fin nos bajamos y llegamos a casa, quise salir de dudas y preguntar si mi reacción intuitiva tenía alguna base. No llegué a formular la pregunta, porque quien me acompañaba me dijo que había estado a punto de montar una escena al respecto. No solo me había mirado mal la gente, sino que la persona que se había tenido que levantar para que yo ocupara el asiento había insistido en que éste debía ser ocupado por mi compañera y no por mí, llegando al extremo de levantarse del suyo para que ella se sentara, dado que yo no lo hacía.

Se me ocurren muchas razones por las que un hombre puede sentarse en un autobús antes que su acompañante chica, como por ejemplo que él se encuentre peor, esté más cansado, tenga una lesión, sea mucho más joven o mucho mayor, o incluso que ambos lleguen al acuerdo de que sea él quien se siente y no ella. Todos estos motivos, por cierto, se pueden aplicar a la situación inversa. Sin embargo, debido a nuestros prejuicios sobre la fuerza física, la cortesía o lo que sea, fui juzgado negativamente por un puñado de personas a quienes no conocía de nada. Se ve que no fui lo bastante hombre.

Machismo cariñoso

Llevo varios días pensando en el tema que iba a elegir para nuestro primer post. Pensaba que lo mejor sería empezar con un tema de actualidad mediática, por ejemplo (y dada la cercanía de las elecciones) analizando lo que los programas de los principales partidos políticos recogen sobre violencia de género. O, ahora que se acerca la Navidad, sobre el machismo en los regalos para niños.

Pero al final he pensado que me gustaría que la primera entrada fuese dedicada al machismo que más me interesa a mí, que es precisamente aquél que está tan presente en nuestro día a día, tan arraigado, que la mayoría de la gente ni lo identifica como tal.

Y en concreto me gustaría centrarme en lo que he decidido llamar aquí machismo cariñoso, que no es más que el que se ejerce con ánimo de proteger o cuidar a una hija, hermana, amiga o novia. “No vuelvas sola, que te acompañe alguien”, “si nadie vuelve contigo llámame y voy a buscarte”, “espérame dentro y cuando esté te doy un toque y sales”.

Sí, ya sé que ninguna de ellas tiene como objeto minusvalorar a una niña o mujer, ni perjudicarla de ninguna manera, pero en mi opinión esto es justamente lo que hace. Supongamos que eres una adolescente que empieza a salir con sus amigos, y cada vez que sale de casa escucha el “no vuelvas sola”. Tus padres se están preocupando por ti, es cierto, y bueno además, ¿pero qué mensaje subyace por detrás? Que no te confíes, que no vayas tranquila por la calle, que hay gente (hombres casi con toda probabilidad) que pueden y quieren hacerte daño, que estés alerta, que si tienes que correr corras. Que vivas con miedo. Que tú sola eres débil y necesitas que alguien te proteja.

Sé que los peligros existen. Sé que esta preocupación tiene fundamento, y desde luego eso es un tema gravísimo que habría que erradicar y que no es otra cosa que la violencia de género en sí misma. Pero también creo que infundir este miedo es un ladrillo más (quizá uno pequeño, pero ladrillo al final y al cabo) en toda esta estructura de machismo y violencia que nos rodea.

No conozco a nadie que no sepa que hay peligros, que hay cosas que es mejor no hacer, situaciones que es mejor evitar. Todas lo sabemos. ¿De qué forma me ayuda esa sobreprotección? Quizá hoy me ayude porque volveré tranquila a casa. Pero ¿qué pasará mañana cuando nadie pueda venir a buscarme? ¿Qué haré, decidiré no ir adonde sea que quería ir sólo porque me da miedo? Si a alguien que lea esto le parece que exagero, que no es para tanto, me gustaría preguntarle lo siguiente: ¿alguna vez has sentido malestar durante horas sólo de pensar en el trayecto que tendrías que hacer más adelante? ¿alguna vez has tenido miedo yendo por la calle (y no digo un susto, digo miedo de verdad, del que te hace temblar y sudar)? ¿alguna vez has acelerado el paso todo lo que has podido sólo porque has oído pasos detrás de ti? ¿alguna vez has sentido tu corazón acelerarse y retumbar en tus oídos mientras echas a correr porque has oído una voz? ¿alguna vez has empujado la puerta de tu portal para que se cerrase más rápido, y sólo has respirado cuando lo ha hecho del todo?

Ahora piensa que no es algo que sientas una vez, sino que pasa cada fin de semana, cada noche que sales, cada vez que tienes que volver a casa. Que pasas miedo cada vez. Miedo infundado porque nunca te ha pasado nada. Nunca te siguió nadie, nunca esa voz te hablaba a ti. Pero tú lo tienes porque te han enseñado a tenerlo. Quizá seas de las mujeres que deciden dejar de hacer las cosas que les asustan (salen menos o sólo lo hacen si no van a volver solas), o quizá seas de las que deciden hacerlas igualmente, porque saben que es algo que está en su cabeza y no quieren dejar que gobierne su vida. De las que se enfrentan a ello conscientemente. Ambas posturas me parecen lógicas y razonables. Y profundamente injustas.

Machismo es todo aquello que fomenta una desigualdad entre hombres y mujeres, provenga o no del cariño. Yo no he hecho nada que justifique que mi amigo o hermano viva despreocupadamente y yo no. Yo no he hecho nada para merecer tener miedo.