El sábado por la noche un hombre nos agredió a una amiga y a mí. Decidió que era una gran idea venir a por nosotras diciendo obscenidades y masturbándose. No nos pasó nada, nos defendimos y se fue. Estamos bien. Diría que ni siquiera llegamos a sentir miedo.
Y ahora la ronda de respuestas que ya estoy harta de repetir: eran aproximadamente las 5 de la mañana, estábamos solamente ella y yo, sentadas, hablando. Habíamos bebido pero no estábamos borrachas y el tío probablemente estaba hasta arriba de algo. No sé si la agresión habría ido a más, no me paré a preguntarle. Mi amiga es muy guapa y yo llevaba un vestido, que quizás sea importante también.
Hace un par de días de esto y el enfado por el episodio en sí ha dado paso a la rabia y la decepción por la reacción de la mayoría de la gente. Justamente esta semana había leído varios artículos relacionados con el descrédito y la culpabilización que se les hace sistemática e inconscientemente (o no) a las víctimas de agresiones sexuales y, como si de un ejemplo ilustrativo se tratase, las he visto todas.
Vino directo hacia nosotras, masturbándose, y según llegó mi amiga le dio una patada que le hizo trastabillar, momento que ambas aprovechamos para golpearle y tratar de tirarle al suelo. Empezamos a gritar y a amenazar con llamar a la policía y en determinado momento consiguió recomponerse y se fue. Fue todo muy rápido. Casualidades de la vida, estábamos justo en la puerta de un hotel, con lo que todo esto quedó grabado en las cámaras de seguridad. Cuando el tío se levantó, fuimos corriendo a la puerta del hotel para entrar y llamar desde allí a la policía. No nos dejaron. Los recepcionistas, que lo habían visto todo, no nos abrieron la puerta. Pero desde dentro nos tranquilizaron diciendo que ellos llamaban a la policía. Uno de ellos se quedó parapetado tras la puerta, que era de cristal, y yo, frente a él y sin poder creérmelo, le pregunté si de verdad no nos iba a dejar entrar habiendo visto cómo un tío nos había atacado, que si era consciente de lo lamentable que era lo que estaba haciendo. No me contestó.
Un rato después, quizá 5 minutos, quizá 20, no lo sé, se abrió la puerta del hotel y salió uno de los recepcionistas a pedirnos perdón por lo que había pasado, muy educado. Yo, muy educada también, le pregunté si no se estaba muriendo de la vergüenza en ese momento, si estaba orgulloso, si era consciente de lo cobarde que era. Me dijo que eran las normas del hotel, que las cámaras tenían puntos ciegos y no podían estar seguros de si se había ido del todo. Le dije que, en caso de no haberse ido, era justamente cuando necesitábamos que abriese la puerta. Que se trataba de humanidad, no de las normas de un hotel. No dijo nada. Le pregunté qué le parecería que alguien le atacase con un arma, consiguiese un poco de ventaja y corriese a refugiarse, y le cerrasen la puerta, observándole mientras al otro lado del cristal. Me dijo que lo sentía mucho. Le dije que me daba igual.
También me dijo que no me preocupase, que no había pasado nada grave, que tuviese en cuenta que seguramente el hombre tenía algún tipo de enfermedad mental. Que seguro que no quería hacernos nada más. Que estábamos bien las dos y que ya habían llamado a carabineros.
Asunto zanjado.
No sé cuánto rato después llegó el furgón de carabineros. Se bajaron dos, vinieron hacia nosotras y, según estaba yo relatando lo que había pasado, uno de ellos me paró con un gesto, nos miró de arriba abajo y preguntó: «están ustedes ebrias, ¿verdad?«.
Me quedé en shock. Había tanta prepotencia, tanta condescendencia, y tanto desprecio en esa pregunta que no fui capaz de contestar. Me dijo que me identificase inmediatamente. Yo seguía bastante paralizada, y por unos segundos pensé que ese hombre había confundido la llamada y pensaba que yo era la delincuente de cualquier otra cosa. Según abrí la boca para intentar explicarle el error, me di cuenta de lo ridícula que era. Y entonces le pregunté si era consciente de que había acudido a una llamada por un intento de agresión sexual y lo primero que había hecho era preguntarnos si estábamos borrachas. Que si se daba cuenta de que no nos había preguntado aún si estábamos bien. Se enfadó y fue peor.
Me pidió que diese una descripción del agresor. Le dije que no sabía, que era un tipo normal, como él. Me dijo que si me creía que con eso iban a poder hacer algo. Le dije que suponía que no, pero que no se preocupase porque las cámaras del hotel lo tenían todo grabado. No pareció importarle, y volvió a preguntarme si estábamos ebrias. Tras varias insinuaciones más de que no estábamos en pleno uso de nuestras facultades y seguramente lo estábamos inventando o exagerando, conseguimos (ojo, conseguimos) que entrase a ver las grabaciones. Mi amiga entró con él. Mientras tanto, el otro policía me pedía perdón por la conducta de su compañero. Le hice hincapié en la gravedad del trato que nos estaba dando. Me dijo que él no podía responsabilizarse de la actitud de su compañero. Le dije que no me importaba, que nosotras les habíamos llamado para que nos protegiesen y de momento no habían hecho más que insultarnos. Que tratase de entender lo humillante que era.
Cuando salieron de ver las grabaciones le pregunté al primer policía que qué tenía que hacer ahora, y me dijo que como mucho denunciar, pero que esencialmente no iba a valer para nada, que con lo que tenían poco iban a poder hacer. Le pregunté que cuántas veces tenían grabaciones del agresor cuando pasaba algo así, que si es que era poco. Me dijo que ese hombre ya debía de estar en su casa y que me dejase de tonterías, que no nos había hecho nada. Denuncié igualmente.
He empezado este post usando intencionadamente el verbo agredir, porque lo que nos pasó fue una agresión, en contra de lo que la mayoría de la gente parece pensar. No nos violó, no nos hizo daño, no nos pasó nada, pero eso no hace que el incidente no sea grave ni que deje de ser una agresión. Un tío viene a por nosotras masturbándose y diciéndonos mierdas, por supuesto que lo es. Y hago hincapié porque, tras contar la historia buscando el apoyo de la gente cercana, la segunda reacción mayoritaria es “bueno no es tan grave, no os hizo nada, era un perturbado sin más”. Claro que podía haber sido mucho peor, pero eso no le quita ni un ápice de importancia. Mientras sigamos relativizando y difuminando la gravedad de estos sucesos es imposible que acabemos con ellos.
Y he dicho que esta fue la segunda reacción mayoritaria porque la primera, ganando por goleada, fue el clásico “¿estabais solas?”. Estábamos mi amiga y yo, dos personas. Empiezo a estar confusa con el significado de la palabra sola. Veinte chicas en la calle están solas, ¿no? Quizás la RAE debería aclarar que sólo se deja de estar sola si hay un hombre contigo, para que no nos engañemos más y nos pensemos que nosotras somos compañía. Y bueno, vuelvo a este punto porque es el más vergonzoso de todos. Estábamos las dos, ¿y qué? La sola pregunta esconde una culpabilización tal que me da asco. ¿Qué pasa, que me lo merezco? ¿Que me lo estaba buscando? Pues NO, la culpa es 100% del agresor, ni un 0.000001% nuestra, y es lamentable que pase algo así y lo primero que tengamos que hacer es defendernos y aguantar la regañina de turno. Es transmitirle a la víctima la sensación de que ella ha hecho algo mal, es avergonzarla, es restarle culpa al agresor. Es desanimarla a contarlo y denunciarlo. Como si está borrachísima, tirada sola en una calle sin luz, a las 5 de la mañana. No tiene absolutamente ninguna responsabilidad en caso de agresión. Esta es única y exclusivamente del agresor. Quizás si pusiésemos más empeño en educar a los hombres en lo que no se debe hacer en lugar de en decirles a las mujeres lo que es mejor que eviten el mundo sería un lugar mucho mejor.
Ya para terminar, sólo quiero comentar que si alguien planeaba dejar su conciencia tranquila pensando que estoy donde estoy y esto en España no pasa, me gustaría recordar, sólo por citar algún ejemplo, el caso de la jueza que le preguntó a una víctima de violación si cerró bien las piernas para evitarla, el del tertuliano de TVE que le pregunta a un abogado si tan violentas fueron las agresiones sexuales en San Fermín, y que si la víctima no quería nada por qué se va con ellos,
o los comentarios escritos por los lectores de El País tras la publicación de una foto de la chica desaparecida en Galicia.
Quizás deberíamos reflexionar todos un poco.